A la temprana edad de 16 años, la maestra Carmen comenzó a navegar en el mundo del viche de la mano de dos amigas a quienes aprecia profundamente. Fueron su amiga Orfila, quien heredó este arte de sus ancestras, y su amiga Eblin, quienes siempre estuvieron ahí para guiarla, prestándole utensilios y enseñándole todos los secretos que conocían del viche. La camaradería con sus amigas mayores ha sido fundamental. “Anda tú a ver la olla y yo hago el almuerzo, si el guarapo está dulce todavía le falta”, le decía Eblin cuando le estaba enseñando a identificar que el guarapo estuviera en su punto.

El fogón de la ramada fue testigo de sus primeros días de aprendizaje, de su esfuerzo y concentración mientras observaba la experticia de sus queridas amigas. Recuerda vívidamente el día que se quemó la mano con el mostacho caliente del guarapo y cómo todas en medio del susto buscaban la forma de calmar el dolor en un balde de agua helada. Aunque aprendiendo cometía errores de los que hoy se ríe, ha inventado su propia fórmula y perfeccionado su técnica.

Hoy, sus manos y su dedicación han mantenido fértiles los dos cultivos que pertenecieron a sus difuntos padres, así como otros terrenos que ha sembrado junto a su esposo Jaison Hurtado Montaño y sus hijos: Jaison, de 17 años, y José Daniel, de 14, quienes mientras están en el colegio, aprenden de su madre sobre la producción del viche empezando a escribir una nueva historia de tradición. Unidos, rozan la caña, la recogen y la limpian, viajando en canoa y repartiéndose el trabajo.